Día 4 de la Novena de Aguinaldos: oraciones y reflexión para este 19 de diciembre
En el cuarto día de la Novena de Aguinaldos, los fieles son invitados a rezar las oraciones tradicionales y a meditar sobre la humildad y la obediencia del Niño Jesús.
En el cuarto día de la Novena de Aguinaldos, la oración nos conduce a una reflexión más profunda sobre la humildad y la entrega total a la voluntad de Dios. A medida que se acerca la Navidad, el camino espiritual nos invita a mirar hacia el interior, a reconocer nuestras fragilidades y a aprender del ejemplo silencioso del Niño Jesús.
Este día nos llama a vivir la fe desde la sencillez, comprendiendo que el verdadero encuentro con Dios nace del abandono confiado y del corazón dispuesto a dejarse transformar
Oración para todos los días
Benignísimo Dios de infinita caridad, que tanto amaste a los hombres, que les diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen naciese en un pesebre para nuestra salvación.
Yo, en nombre de todos los mortales, te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio.
En retorno de él, te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu Hijo humanado, suplicándote por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con total desprecio de todo lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente.
Amén.
(Se reza tres veces Gloria al Padre).
Peticiones
En este cuarto día de la Novena de Aguinaldos, oremos:
- Para que aprendamos del Niño Jesús la verdadera humildad y la obediencia a la voluntad de Dios.
- Por quienes luchan contra el orgullo y la vanidad, para que encuentren en la sencillez el camino hacia la paz interior.
- Para que nuestra oración sea sincera, silenciosa y confiada, ofrecida desde lo más profundo del corazón.
Consideración del Día cuarto
Desde el seno de su madre comenzó el Niño Jesús a poner en práctica su entera sumisión a Dios, que continuó sin la menor interrupción durante toda su vida.
Adoraba a su Eterno Padre, le amaba, se sometía a su voluntad, aceptaba con resignación el estado en que se hallaba conociendo toda su debilidad, toda su humillación, todas sus incomodidades.
¿Quién de nosotros quisiera retroceder a un estado semejante con el pleno goce de la razón y de la reflexión?, ¿quién pudiera sostener a sabiendas un martirio tan prolongado, tan penoso de todas maneras?.
Por ahí entró el Divino Niño en su dolorosa y humilde carrera; así empezó a anonadarse delante de su Padre, a enseñarnos lo que Dios merece por parte de su criatura, a expiar nuestro orgullo, origen de todos nuestros pecados, y hacemos sentir toda la criminalidad y desórdenes del orgullo.
Deseamos hacer una verdadera oración; empecemos por formarnos de ella una exacta idea contemplando al Niño en el seno de su madre, El Divino Niño ora y ora del modo más excelente. No habla, no medita ni se deshace en tiernos afectos. Su mismo estado, aceptado con la intención de honrar a Dios, es su oración y ese estado expresa altamente todo lo que Dios merece y de qué modo quiere ser adorado por nosotros.
Unámonos a las oraciones del Niño Dios en el seno de María; unámonos al profundo abatimiento y sea este el primer afecto de nuestro sacrificio a Dios. Démonos a Dios, no para ser algo como lo pretende continuamente nuestra vanidad, sino para ser nada, para quedar eternamente consumidos y anonadados, para renunciar a la estimulación de nosotros mismos, a todo cuidado de nuestra grandeza aunque sea espiritual, a todo movimiento de vanagloria. Desaparezcamos a nuestros propios ojos y que Dios sólo sea todo para nosotros.
Oración a la Santísima Vírgen
Soberana María, que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera por Madre suya.
Te suplico que tú misma prepares y dispongas mi alma y la de todos los que en este tiempo hicieren esta novena, para el nacimiento espiritual de tu adorable Hijo.
¡Oh dulcísima Madre!, comunícame algo del profundo recogimiento y divina ternura con que lo aguardaste tú, para que nos hagas menos indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad.
Amén.
(Se reza tres veces el Avemaría).

Oración a San José
¡Oh santísimo José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús!
Te ruego por el amor que tuviste al Niño Dios y por el dolor que sentiste al verle nacer en tanta pobreza, que alcances de Él la gracia que necesito para vivir estas novenas con fe y devoción.
Alcánzanos también la gracia de una vida santa, de una muerte feliz y de la compañía eterna de Jesús y María en el cielo.
Amén.
(Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria).

Gozos
Dulce Jesús mío, mi niño adorado ¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!
- ¡Oh, Sapiencia suma del Dios soberano, que a infantil alcance te rebajas sacro! ¡Oh, Divino Niño, ven para enseñarnos la prudencia que hace verdaderos sabios! Ven a nuestras...
- ¡Oh, Adonai potente que Moisés hablando, de Israel al pueblo diste los mandatos! ¡Ah, ven prontamente para rescatarnos, y que un niño débil muestre fuerte el brazo! Ven a nuestras...
- ¡Oh, raíz sagrada de José que en lo alto presenta al orbe tu fragante nardo! Dulcísimo Niño que has sido llamado Lirio de los valles, Bella flor del campo. Ven a nuestras...
- ¡Llave de David que abre al desterrado las cerradas puertas de regio palacio! ¡Sácanos. Oh Niño con tu blanca mano, de la cárcel triste que labró el pecado! Ven a nuestras...
- ¡Oh, lumbre de Oriente, sol de eternos rayos, que entre las tinieblas tu esplendor veamos! Niño tan precioso, dicha del cristiano, luzca la sonrisa de tus dulces labios. Ven a nuestras...
- ¡Espejo sin mancha, santo de los santos, sin igual imagen del Dios soberano! ¡Borra nuestras culpas, salva al desterrado y en forma de niño, da al mísero amparo! Ven a nuestras...
- ¡Rey de las naciones, Emmanuel preclaro, De Israel anhelo Pastor del rebaño! ¡Niño que apacientas con suave cayado ya la oveja arisca, ya el cordero manso! Ven a nuestras...
- ¡Ábranse los cielos y llueva de lo alto bienhechor rocío como riego santo! ¡Ven hermoso Niño, ven Dios humanado! ¡Luce, Dios estrella! ¡Brota, flor del campo! Ven a nuestras...
- ¡Ven, que ya María previene sus brazos, do su niño vean, en tiempo cercanos! ¡Ven, que ya José, con anhelo sacro, se dispone a hacerse de tu amor sagrario! Ven a nuestras...
- ¡Del débil auxilio, del doliente amparo, consuelo del triste, luz del desterrado! ¡Vida de mi vida, mi dueño adorado, mi constante amigo, mi divino hermano! Ven a nuestras...
- ¡Ven ante mis ojos, de ti enamorados! ¡Bese ya tus plantas! ¡Bese ya tus manos! ¡Prosternado en tierra, te tiendo los brazos, y aún más que mis frases, te dice mi llanto! Ven a nuestras...
- ¡Ven Salvador nuestro por quien suspiramos Ven a nuestras almas, Ven, no tardes tanto!
Oración al Niño Jesús
Acordaos, ¡oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijisteis a la venerable Margarita del santísimo Sacramento, y en persona suya a todos vuestros devotos, estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: "Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado".
Llenos de confianza en vos, ¡oh Jesús!, que sois la misma verdad, venimos a exponeros toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada.
(Pedir aquí la gracia que se desea alcanzar).
Concédenos por los méritos infinitos de vuestra infancia, la gracia de la cual necesitamos tanto. Nos entregamos a vos, ¡oh Niño omnipotente!, seguros de que no que dará frustrada nuestra esperanza, y de que en virtud de vuestra divina promesa, acogeréis y despacharéis favorablemente nuestra súplica.
Amén.

La consideración de hoy nos enseña que la oración más perfecta nace del abandono total a Dios. El Niño Jesús, aún en el seno de María, nos muestra que no siempre es necesario hablar o pedir, sino aceptar con humildad y amor la voluntad divina.
Que este cuarto día de la Novena de Aguinaldos nos ayude a desaparecer a nuestros propios ojos, a renunciar al orgullo y a permitir que Dios sea todo en nuestra vida, preparando así el corazón para recibir con sencillez el misterio de la Navidad.
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